Si pudiera elegir mi paisaje de cosas memorables, mi paisaje de otoño desolado, elegiría, robaría esta calle que es anterior a mí y a todos.
Ella devuelve mi mirada inservible, la de hace apenas quince o veinte años cuando la casa verde envenenaba el cielo. Por eso es cruel dejarla recién atardecida con tantos balcones como nidos a solas y tantos pasos como nunca esperados.
Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos, los espías aleves de la soledad, las piernas de mujer que arrastran a mis ojos lejos de la ecuación de dos incógnitas.
Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte, hojas secas, bocinas y nombres desolados, nubes que van creciendo en mi ventana mientras la humedad trae lamentos y moscas.
Sin embargo existe también el pasado con sus súbitas rosas y modestos escándalos con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera y su insignificante comezón de recuerdos.
Ah, si pudiera elegir mi paisaje elegiría, robaría esta calle, esta calle recién atardecida en la que encarnizadamente revivo y de la que sé con estricta nostalgia el número y el nombre de sus setenta árboles.
Mario Benedetti (1920-2009) Nacido en Paso de los Toros-República Oriental del Uruguay
Pocos tienen la magia de transmitir a los demás sus sentimientos; menos, la de provocar en el lector la magia de encontrar los propios. Enorme e inolvidable, me hace recuperar este paisaje. Este Uruguayo corajudo me provoca eso: me trata como el vecino que me conoció de chico.
Caminaban lentamente por la calle, a eso de las diez de la noche, hablando con
tranquilidad. No tenían más de treinta y cinco años. Estaban muy serios.
-Pero ¿por qué tan temprano? -dijo Smith.
-Porque sí -dijo Braling.
-Tu primera salida en todos estos años y te vuelves a casa a las diez.
-Nervios, supongo.
-Me pregunto cómo te las habrás ingeniado. Durante diez años he tratado de sacarte a beber una copa. Y hoy, la primera noche, quieres volver en seguida.
-No tengo que abusar de mi suerte -dijo Braling.
-Pero, ¿qué has hecho? ¿Le has dado un somnífero a tu mujer?
-No. Eso sería inmoral. Ya verás.
Doblaron la esquina.
-De veras, Braling, odio tener que decírtelo, pero has tenido mucha paciencia con ella.
Tu matrimonio ha sido terrible.
-Yo no diría eso.
-Nadie ignora cómo consiguió casarse contigo. Allá, en 1979, cuando ibas a salir para Río.
-Querido Río. Tantos proyectos y nunca llegué a ir.
-Y cómo ella se desgarró la ropa, y se desordenó el cabello, y te amenazó con llamar a la policía si no te casabas con ella.
-Siempre fue un poco nerviosa, Smith, entiéndelo.
-Había algo más. Tú no la querías. Se lo dijiste, ¿no es así?
-En eso siempre fui muy firme.
-Pero sin embargo te casaste.
-Tenía que pensar en mi empleo, y también en mi madre, y en mi padre. Una cosa así hubiese terminado con ellos.
-Y han pasado diez años.
-Sí -dijo Braling, mirándolo serenamente con sus ojos grises-. Pero creo que todo va a cambiar. Mira.
Braling sacó un largo billete azul.
-¡Cómo! ¡Un billete para Río! ¡El cohete del jueves!
-Sí, al fin voy a hacer mi viaje.
-¡Es maravilloso! Te lo mereces de veras. Pero, ¿y tu mujer, no se opondrá? ¿No te hará una escena?
Braling sonrió nerviosamente.
-No sabe que me voy. Volveré de Río de Janeiro dentro de un mes y nadie habrá
notado mi ausencia, excepto tú.
Smith suspiró.
-Me gustaría ir contigo.
-Pobre Smith, tu matrimonio no ha sido precisamente un lecho de rosas, ¿eh?
-No, exactamente. Casado con una mujer que todo lo exagera. Es decir, después de
diez años de matrimonio, ya no esperas que tu mujer se te siente en las rodillas dos horas todas las noches; ni que te llame al trabajo doce veces al día, ni que te hable en media lengua. Y parece como si en este último mes se hubiese puesto todavía peor. Me pregunto si no será una simple.
-Ah, Smith, siempre el mismo conservador. Bueno, llegamos a mi casa. ¿Quieres
conocer mi secreto? ¿Cómo pude salir esta noche?
-Me gustaría saberlo.
-Mira allá arriba -dijo Braling.
Los dos hombres se quedaron mirando el aire oscuro.
En una ventana del segundo piso apareció una sombra. Un hombre de treinta y cinco años, de sienes canosas, ojos tristes y grises y bigote minúsculo se asomó y miró hacia abajo.
-Pero, cómo, ¡eres tú! -gritó Smith.
-¡Chist! ¡No tan alto!
Braling agitó una mano.
El hombre respondió con un ademán y desapareció.
-Me he vuelto loco -dijo Smith.
-Espera un momento.
Los hombres esperaron.
Se abrió la puerta de calle y el alto caballero de los finos bigotes y los ojos tristes salió cortésmente a recibirlos.
-Hola, Braling -dijo.
-Hola, Braling Dos-dijo Braling.
Eran idénticos.
Smith abría los ojos.
-¿Es tu hermano gemelo? No sabía que...
-No, no -dijo Braling serenamente-. Inclínate. Pon el oído en el pecho de Braling Dos.
Smith titubeó un instante y al fin se inclinó y apoyó la cabeza en las impasibles
costillas.
Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.
-¡Oh, no! ¡No puede ser!
-Es.
-Déjame escuchar de nuevo.
Tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic-tic.
Smith dio un paso atrás y parpadeó, asombrado. Extendió una mano y tocó los brazos tibios y las mejillas del muñeco.
-¿Dónde lo conseguiste?
-¿No está bien hecho?
-Es increíble. ¿Dónde?
-Dale al señor tu tarjeta, Braling Dos.
Braling Dos movió los dedos como un prestidigitador y sacó una tarjeta blanca.
"MARIONETAS, SOCIEDAD ANÓNIMA
Nuevos Modelos de Humanoides Elásticos.
De funcionamiento garantizado.
Desde 7.600 a 15.000 dólares.
Todo de litio."
-No -dijo Smith.
-Sí -dijo Braling.
-Claro que sí -dijo Braling Dos.
-¿Desde cuándo lo tienes?
-Desde hace un mes. Lo guardo en el sótano, en el cajón de las herramientas. Mi mujer nunca baja, y sólo yo tengo la llave del cajón. Esta noche dije que salía a comprar unos cigarros. Bajé al sótano, saqué a Braling Dos de su encierro, y lo mandé arriba, para que acompañara a mi mujer, mientras yo iba a verte, Smith.
-¡Maravilloso! ¡Hasta huele como tú! ¡Perfume de Bond Street y tabaco Melachrinos!
-Quizás me preocupe por minucias, pero creo que me comporto correctamente. Al fin y al cabo mi mujer me necesita a mí. Y esta marioneta es igual a mí, hasta el último detalle.
He estado en casa toda la noche. Estaré en casa con ella todo el mes próximo. Mientras tanto otro caballero paseará al fin por Río. Diez años esperando ese viaje. Y cuando yo vuelva de Río, Braling Dos volverá a su cajón.
Smith reflexionó un minuto o dos.
-¿Y seguirá marchando solo durante todo ese mes? -preguntó al fin.
-Y durante seis meses, si fuese necesario. Puede hacer cualquier cosa -comer, dormir, transpirar cualquier cosa, y de un modo totalmente natural. Cuidarás muy bien a mi mujer,
¿no es cierto, Braling Dos?
-Su mujer es encantadora -dijo Braling Dos-. Estoy tomándole cariño.
Smith se estremeció.
-¿Y desde cuándo funciona Marionetas, S. A.?
-Secretamente, desde hace dos años.
-Podría yo... quiero decir, sería posible... -Smith tomó a su amigo por el codo-. ¿Me
dirías dónde puedo conseguir un robot, una marioneta, para mí? Me darás la dirección, ¿no es cierto?
-Aquí la tienes.
Smith tomó la tarjeta y la hizo girar entre los dedos.
-Gracias -dijo-. No sabes lo que esto significa. Un pequeño respiro. Una noche, una vez al mes... Mi mujer me quiere tanto que no me deja salir ni una hora. Yo también la quiero mucho, pero recuerda el viejo poema: «El amor volará si lo dejas; el amor volará si lo atas.» Sólo deseo que ella afloje un poco su abrazo.
-Tienes suerte, después de todo. Tu mujer te quiere. La mía me odia. No es tan
sencillo.
-Oh, Nettie me quiere locamente. Mi tarea consistirá en que me quiera cómodamente.
-Buena suerte, Smith. No dejes de venir mientras estoy en Río. Mi mujer se extrañará si desaparecieras de pronto. Tienes que tratar a Braling Dos, aquí presente, lo mismo que a mí.
-Tienes razón. Adiós. Y gracias.
Smith se fue, sonriendo, calle abajo. Braling y Braling Dos se encaminaron hacia la
casa.
Ya en el ómnibus, Smith examinó la tarjeta silbando suavemente.
"Se ruega al señor cliente que no hable de su compra. Aunque ha sido presentado al
Congreso un proyecto para legalizar Marionetas, S. A., la ley pena aún el uso de los
robots."
-Bueno -dijo Smith.
"Se le sacará al cliente un molde del cuerpo y una muestra del color de los ojos, labios, cabellos, piel, etc. El cliente deberá esperar dos meses a que su modelo esté terminado."
No es tanto, pensó Smith. De aquí a dos meses mis costillas podrán descansar al fin de los apretujones diarios. De aquí a dos meses mi mano se curará de esta presión
incesante. De aquí a dos meses mi aplastado labio inferior recobrará su tamaño normal. No quiero parecer ingrato, pero... Smith dio vuelta la tarjeta.
"Marionetas, S. A. funciona desde hace dos años. Se enorgullece de poseer una larga lista de satisfechos clientes. Nuestro lema es «Nada de ataduras.» Dirección: 43 South Wesley."
El ómnibus se detuvo. Smith descendió, y caminó hasta su casa diciéndose a sí mismo: Nettie y yo tenemos quince mil dólares en el banco. Podría sacar unos ocho mil con la excusa de un negocio. La marioneta me devolverá el dinero, y con intereses. Nettie nunca lo sabrá.
Abrió la puerta de su casa y poco después entraba en el dormitorio. Allí estaba Nettie, pálida, gorda, y serenamente dormida.
-Querida Nettie. -Al ver en la semioscuridad ese rostro inocente, Smith se sintió
aplastado, casi, por los remordimientos-. Si estuvieses despierta me asfixiarías con tus besos y me hablarías al oído. Me haces sentir, realmente, como un criminal. Has sido una esposa tan cariñosa y tan buena. A veces me cuesta creer que te hayas casado conmigo, y no con Bud Chapman, aquel que tanto te gustaba. Y en este último mes has estado todavía más enamorada que antes.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió de pronto deseos de besarla, de confesarle su amor, de hacer pedazos la tarjeta, de olvidarse de todo el asunto. Pero al adelantarse
hacia Nettie sintió que la mano le dolía y que las costillas se le quejaban. Se detuvo, con ojos desolados, y volvió la cabeza. Salió de la alcoba y atravesó las habitaciones oscuras.
Entró canturreando en la biblioteca, abrió uno de los cajones del escritorio, y sacó la
libreta de cheques.
-Sólo ocho mil dólares -dijo-. No más. -Se detuvo-. Un momento.
Hojeó febrilmente la libreta.
-¡Pero cómo! -gritó-. ¡Faltan diez mil dólares! -Se incorporó de un salto-. ¡Sólo quedan cinco mil!
¿Qué ha hecho Nettie? ¿Qué ha hecho con ese dinero? ¿Más sombreros, más
vestidos, más perfumes? ¡Ya sé! ¡Ha comprado aquella casita a orillas del Hudson de la que ha estado hablando durante tantos meses!
Se precipitó hacia el dormitorio, virtuosamente indignado. ¿Qué era eso de disponer así del dinero? Se inclinó sobre su mujer.
-¡Nettie! -gritó-. ¡Nettie, despierta!
Nettie no se movió.
-¡Qué has hecho con mi dinero! -rugió Smith.
Nettie se agitó, ligeramente. La luz de la calle brillaba en sus hermosas mejillas.
A Nettie le pasaba algo. El corazón de Smith latía con violencia. Se le secó la boca. Se estremeció. Se le aflojaron las rodillas.
-¡Nettie, Nettie! -dijo-. ¿Qué has hecho con mi dinero?
Y en seguida, esa idea horrible. Y luego el terror y la soledad. Y luego el infierno, y la
desilusión. Smith se inclinó hacia ella, más y más, hasta que su oreja febril descansó,
firmemente, irrevocablemente, sobre el pecho redondo y rosado.
Mientras Smith se alejaba por la avenida, internándose en la noche, Braling y Braling
Dos se volvieron hacia la puerta de la casa.
-Me alegra que él también pueda ser feliz -dijo Braling.
-Sí -dijo Braling Dos distraídamente.
-Bueno, ha llegado la hora del cajón, Braling Dos.
-Precisamente quería hablarle de eso -dijo el otro Braling mientras entraban en la casa-.
El sótano. No me gusta. No me gusta ese cajón.
-Trataré de hacerlo un poco más cómodo.
-Las marionetas están hechas para andar, no para quedarse quietas. ¿Le gustaría
pasarse las horas metido en un cajón?
-Bueno...
-No le gustaría nada. Sigo funcionando. No hay modo de pararme. Estoy perfectamente
vivo y tengo sentimientos.
-Esta vez sólo será por unos días. Saldré para Río y entonces podrás salir del cajón.
Podrás vivir arriba.
Braling Dos se mostró irritado.
-Y cuando usted regrese de sus vacaciones, volveré al cajón.
-No me dijeron que iba a vérmelas con un modelo difícil.
-Nos conocen poco -dijo Braling Dos-. Somos muy nuevos. Y sensitivos. No me gusta
nada imaginarlo al sol, riéndose, mientras yo me quedo aquí pasando frío.
-Pero he deseado ese viaje toda mi vida -dijo Braling serenamente.
Cerró los ojos y vio el mar y las montañas y las arenas amarillas. El ruido de las olas le acunaba la mente. El sol le acariciaba los hombros desnudos. El vino era magnífico.
-Yo nunca podré ir a Río -dijo el otro-. ¿Ha pensado en eso?
-No, yo...
-Y algo más. Su esposa.
-¿Qué pasa con ella? -preguntó Braling alejándose hacia la puerta del sótano.
-La aprecio mucho.
Braling se pasó nerviosamente la lengua por los labios.
-Me alegra que te guste.
-Parece que usted no me entiende. Creo que... estoy enamorado de ella.
Braling dio un paso adelante y se detuvo.
-¿Estás qué?
-Y he estado pensando -dijo Braling Dos- qué hermoso sería ir a Río, y yo que nunca
podré ir...
Y he pensado en su esposa y... creo que podríamos ser muy felices, los dos, yo y ella.
-M-m-muy bien.-Braling caminó haciéndose el distraído hacia la puerta del sótano-.
Espera un momento, ¿quieres? tengo que llamar por teléfono.
Braling Dos frunció el ceño.
-¿A quién?
-Nada importante.
-¿A Marionetas, Sociedad Anónima? ¿Para decirles que vengan a buscarme?
-No, no... ¡Nada de eso!
Braling corrió hacia la puerta. Unas manos dc hierro lo tomaron por los brazos.
-¡No se escape!
-¡Suéltame!
-No.
-¿Te aconsejó mi mujer hacer esto?
-No.
-¿Sospechó algo? ¿Habló contigo? ¿Está enterada?
Braling se puso a gritar. Una mano le tapó la boca.
-No lo sabrá nunca, ¿me entiende? No lo sabrá nunca.
Braling se debatió.
-Ella tiene que haber sospechado. ¡Tiene que haber influido en tí!
-Voy a encerrarlo en el cajón. Luego perderé la llave y compraré otro billete para Río,
para su esposa.
-¡Un momento, un momento! ¡Espera! No te apresures. Hablemos con tranquilidad.
-Adiós, Braling.
Braling se endureció.
-¿Qué quieres decir con «adiós»?
Diez minutos más tarde, la señora Braling abrió los ojos. Se llevó la mano a la mejilla.
Alguien la había besado. Se estremeció y alzó la vista.
-Cómo... No lo hacías desde hace años -murmuró.
-Ya arreglaremos eso -dijo alguien.
Este cuento pertenece a Ray Bradbury, y fue escrito en 1951. Es uno de los cuentos de "El hombre ilustrado".
Las narraciones de Bradbury son una suave sintonía entre la ciencia-ficción, la poesía y la fría realidad.
Esta Crónica es sacada de otra. En una trasnoche radial la escuché contada por el polifacético Alejandro Dolina, quien lo atribuyó a Anatole France.
Ustedes la juzgarán mejor que yo. Dice así, con los pormenores enriquecidos por el excelente relator.
UN REY
En un Reino del Oriente, cuyo nombre ahora no interesa, gobernó un Príncipe que luego fue Rey, que no sólo era famoso por su integridad, sino por sus virtudes y por sus defectos. En los tiempos bárbaros, pese a los terribles años de guerras, éste Rey gobernaba su Reino como lo hacía con una Gran Familia. Estricto y benevolente tan sólo como los poderosos pueden serlo, estas cualidades pasaban como inadvertidas. Pero hubo un tiempo de paz en el que, deseando su propia ilustración y la de su pueblo congregó a una multitud de sabios a quienes encomendó la tarea de redactar, nada menos, que "La Historia de Los Hombres".
Quince años pasaron entre batallas, destrucciones, conquistas y sometimientos, hasta que pudo ver desde el balcón de su palacio llegar desde un suburbio vecino una enorme caravana, compuesta de doce camellos cargados con quinientos volúmentes cada uno, de "La Historia de Los Hombres". Al ver descargar tamaña cantidad de libros, adornados con los mejores cueros y filigranas, el Rey se dió cuenta que le resultaría imposible leer los seis mil volúmenes. Nada peor para cualquier hombre que prefiere la práctica deficiente a la sana teoría. Reunió a los Sabios y les ordenó condensar el trabajo.
Otros quince años sucedieron en el Universo y al Rey; guerras y batallas -ganadas y perdidas-, hijos -que nacieron y murieron-, esposas -que lo añoraban o gozaban con su ausencia- y su pueblo que era como el mar con las épocas de ventura y pestes, de paz y desolación. Una tarde le acercaron aquella labor encomendada, condensada en trescientos libros que ocupaban toda una pared. Como ya el cansancio le ganaba, porque ya otra guerra lo llamaba, pidió que resumieran "La Historia del Hombre" en un sólo Capítulo.
Quince años después, uno de los consejeros ingresó a las habitaciones del Rey. Estaba en su lecho de muerte; los desiertos y las batallas habían consumido al soberano en una época en la cual la vejez comenzaba a los cuarenta años. En el oscuro recinto había mapas, joyas y armas que ya nunca le servirían. Apenas pudo vislumbrar y entender que venían a cumplir con lo que había pedido años atrás, y que jamás podría leer, porque el sabio no tenía nada en sus manos. Éste se adelantó, se sentó a su lado, se acercó a su oído y le dijo: .- Aquí tienes lo pedido, te haré entender la Historia... El Rey suspiró, y escuchó claramente la frase que le susurró, antes de morir:
"Fort Smith, en los territorios del Noreste del Canadá, es una ciudad próspera de dos mil ciudadanos, la mayoría de los cuales son granjeros y dueños de establecimientos ganaderos; una escasa proporción de habitantes. El clima es riguroso, con inviernos largos y fios,y la ciudad es la prueba palpable de la teoría de Darwin de que sólo sobreviven los más dotados.
Willian Mann era uno de esos dotados, un superviviente. Había nacido en Michigan (EU), pero poco después de cumplir treinta años fue de pesca a Fort Smith y decidió que aquella comunidad necesitaba otro banco importante. Estudió las posibilidades existentes. Allí había sólo una institución bancaria y Mann tardó menos de dos años en borrar del mapa a su competidor. dirigía su Banco como se debía dirigir... su Dios era la Matemáticas, y procuraba por ello que siempre lo beneficiaran. Su filosofía era muy sencilla: nada de créditos para iniciar un negocio. Nada de inversiones en Bonos Basura. Nada de préstamos a vecinos necesitados. En suma, tenía un reverencial respeto por el Sistema Bancario Suizo.
Un día un hombre va a ver al banquero para solicitarle un préstamo para poder operar a su pequeño hijo y así salvarle la vida. Le expuso a Mann con sincera magnitud el problema que enfrentaba. Cuando el solicitante dijo que no tenía respaldo económico ni avales, el banquero le ordena que salga de su oficina.
.- Está bien, me voy -respondió el hombre-, pero antes quiero decirle que en toda mi vida jamás he conocido a nadie tan insensiblecomo Usted.
William Mann se levantó. .- Espere un momento -exclamó- le haré una propuesta justa. Escuche: uno de mis ojos es de cristal. Si adivina Usted cuál es, le daré el crédito.
Sin dudar sólo un instante, el hombre dice: .- El izquierdo. El Banquero se queda atónito. .- Ése es mi secreto y nadie lo sabía. ¿Cómo es que se ha dado cuenta?
El hombre responde: .- Muy sencillo. Por un instante breve me ha parecido ver un destello de comprensión, humanidad y simpatía en su ojo izquierdo: eso me confirmó que era de cristal.
William Mann cumplió con su promesa."
(*) Novelista y escritor Norteamericano (1917-2007) Varias veces nominado a la Lista de Best Sellers; éste es un extracto del Capítulo 28 del libro "La Conspiración del Juicio Final". www.lecturasdesil.blogspot.com
...paraAdriana Aguirre... Podría decirte que te amo también podría no decírtelo Mi celular recibió un mensaje "Pasa esta oración veinte veces y la suerte estará a tu lado" sólo la devolución del mensaje de un amigo me decía ¿se lo pasaste a ella? Noche y lluvia, noche y recuerdos sólo noche con lluvia en mi ventana y tu imagen Con el sabor amargo a la derrota no menos amargo que un vaso de vino que cierra las heridas en forma momentánea hasta mañana. Cuantas veces recibo lo mismo cuantas veces reenvio lo mismo pero sigo, pero vivo y luego sigo sin comunicación contigo Noche y lluvia, nena descifro tu mensaje; más allá de lo que sienta. Sólo noche y lluvia en mi ventana, y tu NO ¿acaso será como antes? Noche y lluvia, nena ya ví ese tacho solitario y aún queda mi gracias por haber despertado al poeta Noche y lluvia, diéciseis años para que volviera.